Hoy en día es común escuchar disparos, gritos desesperados, suspiros o el corazón latiendo por última vez. A medida que la vida avanza se cumple con el cometido del destino, pero ¿qué pasa cuando lo peor llega cuando menos se espera?, sabemos que es inevitable nuestro fin pero tan solo basta un paso hacia delante para darse cuenta de que nadie es eterno.

Cuando se llega a una edad adulta se mueven las esperanzas, cambian los anhelos y nuestros ojos apuntan a algo distinto que no habían apuntado tiempo atrás. Todo lo planeado se ha vivido, aun queda algo por hacer, siempre hay algo que hacer, pero ¿qué pasa cuando nuestra vida termina a una temprana edad?

Cuando un joven muere, se terminan los sueños, las ilusiones que se han formado con el tiempo, se esfuman como si no hubiera existido un mañana, todo se ha perdido, ya no hay un más allá, no más lagrimas, no más dolor, no más nada. 

Es triste despertarse y encontrar la noticia de que alguien ha muerto, pero es más triste saber que la persona que ha perdido la vida apenas comenzaba a vivir. No hay culpables, nadie es responsable de si hemos dejado este mundo, nos queda resignarnos y empezar a ver las oportunidades que diario se nos presentan, dejar el odio de un lado, envidias y todo lo que nos contamina día a día.

Cuando un joven muere, quedan las semillas que ha dejado en el mundo, de nosotros depende si queremos que germine lo que ha sembrado o de que simplemente quede olvidado.  Estar un día aquí y al otro simplemente no más, puede ser un reto que sea difícil de afrontar, puede ser simplemente el vacío a una eternidad.

Amigos, familia, conocidos, gente que pasa en el mundo mirándose mutuamente se pregunta si vale la pena estar aquí, lo vale. Si tan solo se pudiera saber cuando y a qué horas es el momento de partir, pudiéramos despedirnos con un abrazo, un beso o tan solo unas palabras de consuelo.

Cuando un joven muere, se queda el vacío pendido con los recuerdos incompletos, con lo no realizado con el futuro deshecho.